jueves, 17 de enero de 2019

LA REPÚBLICA de Platón - Variaciones sobre el Mito de la caverna

   

       Los clasicos son aquellos libros cuyas palabras nos persiguen toda la vida. No conozco a nadie que haya leído el Mito de la caverna y le haya dejado indiferente, ni a nadie que pasado el tiempo lo haya olvidado. 
      Hay pensamientos que se convierten en tu equipaje de vida.  

Escrita en el s. IV a.C., sigue siendo una de las obras más actuales. Su reflexión sobre el estado en el que el hombre se encuentra con respecto al conocimiento sigue describiéndonos en la actualidad. El camino que todos tenemos que recorrer en nuestro aprendizaje  desde la ignorancia, que es siempre una esclavitud, -y más hoy en dia si cabe, entontecidos y sometidos a las imágenes de nuestros aparatos tecnológicos,- hasta la liberación que significa ser conscientes de lo que hacemos, de este sometimiento y encontrar una salida que nos conduzca a ver con  claridad  todas aquellas ideas que fundamentan nuestras vidas.

 Al principio del Libro VII encontramos el famoso relato del Mito de la caverna,  si alguien se adentra en su lectura tendrá la necesidad de contar la experiencia vivida. 
Esta es una ventana abierta a todo aquel que quiera expresarla.

                            





 VARIACIONES SOBRE EL MITO


                                      Emilio Lledó: “Variaciones sobre el tema de la caverna”.
(El País, 1/7/1993,  publicado en  un suplemento especial: “La miseria de la televisión”.)

    “El mito cuenta que estaban atados por las piernas y por el cuello. Y desde niños. No tenían posibilidad de mirar a otro sitio que al iluminado fondo de la caverna. Iluminado por un fuego que, a mitad del camino entre la posible, lejanísima, salida y los prisioneros, estrellaba, ante sus ojos, las sombras de unos objetos alzados sobre las cabezas de misteriosos porteadores. Los prisioneros no podían ver sino esas sombras, porque tras sus espaldas y ante los porteadores se alzaba un muro tan alto como estos personajes, y que impedía descubrir la totalidad de la tramoya.
    En la implacable noria de esos silenciosos caminantes del otro lado del muro habría alguno que comentaría lo pesado de la carga, lo duro y aburrido del camino que, como Sísifos de sombra, están condenados a hacer. Y los prisioneros oirían los ecos de esas voces, escucharían palabras, e imaginarían que, en su larga pantalla de sombras, eran esas sombras las que hablaban. Incluso familiarizados ya con esa procesión, acabarían acostumbrándose a ella, queríendola y hasta concursando por ver quién era el más sabio en oscuridades, y cuál de las sombras volvería a aparecer de nuevo, en su mirada.

    El mito no cuenta quién atizaba el fuego, quién había ideado el muro, quién dirigía, oculto, a esos porteadores resignados, prisioneros también, y abotargados en su engañoso oficio. (...)
    Pero el mito cuenta, además, el proceso de una verdadera liberación. Hay un prisionero que escapa. Alguien -no se dice quién- le desató, le obligó a levantarse y le puso en camino hacia la luz. No hacia la luz del solitario fuego que arde en el centro de la caverna, sino hacia la salida, hacia el sol. Es verdad que, el camino, cuesta arriba, es penoso, y que los ojos, hechos a la oscuridad, sufren a medida que tiene que irse abriendo a otros resplandores. Es verdad que, a ratos, se tienen ganas de volver al sillón donde nos atenazó la costumbre; pero donde nos acarició la oscuridad. Porque duelen los ojos de ir atisbando cosas reales y, sobre todo, de descubir el ridículo montaje del muro y de sus pálidos servidores. Duele la rabia de haber creído que todo era eso; la dura nostalgia de los días perdidos. Un lejano sentimiento de culpa se levanta, además, por haber colaborado aunque sólo fuera como pasivo partícipe, en la ideología de la nada. (...)
    Probablemente entonces, al descubrir el prisionero todo lo que alcanza la mirada, y hecho como estaba a utilizar la vista, aunque fuese entre tinieblas, pensó que aquella maquinaria del mirar, en la que había crecido, podría revolucionarse, con tal de que tuviese otra luz distinta por mensajera. Una luz que diese vida y saber a la mirada, y a la que acompañasen palabras más firmes que aquellas en las que, como aplastados ecos, le educaron. No sabemos tampoco si, en un momento de desesperación, pensó que era imposible transformar esa fábrica de un ver en el que se agotaba la pasión por sentir, por crear, por vivir”.


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